Laudatio de Juan Mariné
POR ALEJO LORÉN
Buenas tardes. Hoy nos encontramos aquí homenajeando a alguien que sin duda ha conformado la fisonomía del cine español.
Juan Mariné ha trabajado en 92 películas, lo cual no es poco. Y algunas, de las más taquilleras y de mayor difusión del cine español; por lo que en nuestra retina llevamos, sin saberlo, aquello que él vio y nos transmitió con esas películas.
Pienso por ejemplo en los magníficos contraluces de un Madrid nocturno, vistos a través de los chorros de agua de los barrenderos municipales. O en las caravanas de camellos recortándose en la arena del desierto. O en la imagen de Paco Martínez Soria en la Glorieta de Atocha. O en la de Joselito moviéndose en amplios horizontes campestres.
Juan Mariné lleva toda una larga vida, desde los 15 años, dedicado a la fotografía cinematográfica; es muy revelador del interés con que se inició en el cine observar una foto de rodaje del equipo de El octavo mandamiento, película de 1936, en la que aparece ya al lado de la cámara, con tan solo 15 años, muy atento a la toma de vistas; sus ojos son como una esponja que quiere succionar todo lo que ocurre en el plató. Su ciencia la adquirió, día tras día, en los estudios de cine.
La labor del director de fotografía tiene muchas servidumbres, pues está sujeta a las demandas de una industria (por humilde que ésta sea) y a unos criterios artísticos ajenos muchas veces al propio fotógrafo y a sus posibles gustos.
Pero la labor del director de fotografía tiene algo que nadie puede arrebatar, y es que bajo su responsabilidad está el que las imágenes se vean en la pantalla; y se vean bien. De ahí su importancia.
Los directores de fotografía, y en otro plano los operadores de cámara, pese a la importancia que tienen en el hecho de materializar la película, están sometidos, pues, a las indicaciones del director, del productor, e incluso del departamento de arte, por lo que han de ser todo menos engreídos. Han de ser, también, prácticos, para no dar problemas ni al director ni al productor; y han de ser dúctiles, pues a lo largo de su carrera trabajan en condiciones muy diferentes y variadas (bien precarias o bien satisfactorias) y con directores y productores muy diversos, que les piden resolver la fotografía de formas muy diferentes.
El propio Mariné en 1973 declaró a una revista que: “la fotografía de cine ha de estar al servicio de la película, sin imponerse nunca como protagonista. Me acuerdo –continuaba diciendo Mariné- de Otelo, de Orson Welles, tan barroca, tan preciosista, que no me parecía verdad. Figueroa es sensacional, pero su exceso, digamos de elaboración, creo que no es del gusto de hoy”.
De esas palabras podemos deducir los gustos de Mariné y su concepto del operador cinematográfico. Mariné siempre ha buscado con su fotografía hacer creíble lo que contaba el guión y engrasar visualmente sus incidencias; por eso su trabajo se encuadra en la categoría de los que han ido buscando una fotografía realista, justificando siempre en los elementos del decorado la procedencia de la luz. Ya sabemos que en el cine todo es un gran artificio, pero entre los iluminadores los hay que buscan el realismo, y los hay que procuran la máxima expresividad, el “exceso” que dice Mariné, sacrificando la verosimilitud. Mariné es de los primeros.
En definitiva, frente a los grandes maestros de la fotografía del cine expresionista, auténticos creadores de ambientes y atmósferas que son, junto con la labor del decorador, elementos expresivos fundamentales de la película, Mariné y su generación opinan que la fotografía de una película “debe notarse lo menos posible”, y estar al servicio del proyecto en su conjunto.
Dan la razón a esa apreciación popular de que cuando alguien, al preguntarle por una película, dice eso de que “tiene una buena fotografía”, es porque la película está fallando en otras cosas, como la narratividad, la interpretación o la puesta en escena.
Si analizamos la trayectoria profesional de Juan Mariné veremos que hay unos directores con los que ha trabajado muchas veces. Se deduce de ello que estaban contentos con su trabajo y su forma de hacer, y llegaban a entenderse muy bien, algo necesario para el buen funcionamiento de un trabajo en equipo.
Todos esos directores con los que ha repetido Mariné tienen algo en común: son los que en el cine español se han destacado por su facilidad y eficacia en la puesta en escena, por la rapidez en el rodaje, sin merma de calidad. Son los que han dado dimensión de industria al cine español: Forqué, Del Amo, Lazaga, Masó, Piquer.
Pero también ha repetido Mariné con autores que demandaban de la fotografía gran expresividad y creación de atmósferas, como Mur Oti. O trabajó en primeras obras y con realizadores muy personales, como Jesús Franco, Fernán Gómez, o Atienza.
Cuando ha hecho falta Mariné ha demostrado conocer toda la gama de estilos fotográficos, desde el expresionista al realista; o el tipo de fotografía requerida por cada género, en función de sus necesidades expresivas, desde una comedia al estilo americano, como Las lavanderas de Portugal; a otras del más puro costumbrismo español, como Un millón en la basura con una extraordinaria fotografía nocturna en blanco y negro. O a un policiaco, como 091, policía al habla, con sus contrates de luces y sombras. O a una película de aventuras históricas como La llamada de África plena de siluetas de caravanas recortadas en la arena. O, en su ciclo con Lazaga y Masó, en comedias en las que lograba una luz difusa con toda la gama de grises, caso de ser en blanco y negro, o de colores brillantes, caso del color.
Juan Mariné siempre ha sido un operador eficaz, capaz de resolver problemas de luz tanto en interiores como en exteriores y capaz de sacar mucho partido a medios muy precarios.
Amante y conocedor del fotograma y la emulsión química, a su restauración ha dedicado también muchos años, destacando en la construcción de ingenios con los cuales llevar a cabo esas operaciones de limpieza, restauración, regeneración y tratamiento de los soportes químicos del cine. Precisamente para la Filmoteca Española.
Puede estar contento, pues gracias a su labor, tanto como segundo operador, iluminador jefe o restaurador de films destrozados, el cine español cuenta con bellas y testimoniales imágenes, de su historia y de la sociedad que las hizo posible.
Alejo Lorén.