Laudatio de José Antonio Nieves Conde
POR JULIO PÉREZ PERUCHA
Ilustre y lúcido superviviente de la que en las postrimerías de los años 40 fue llamada por la revista Primer Plano “Generación de los Renovadores”, José Antonio Nieves Conde (Segovia, 1911) comenzó ejerciendo la crítica cinematográfica en los primeros años 40; más tarde se ejercitó como ayudante de dirección y en 1946 debutó como realizador, desplegando su carrera a lo largo de 30 años (hasta 1976).
Amante y buen conocedor tanto del cine clásico alemán como del americano sonoro de la Warner, Nieves Conde, en concordancia con tales influencias, siempre prefirió ser “cineasta” a “autor”, por mucho que también fuera esto último. En todo caso, sus influencias cinematográficas siempre estuvieron culturalmente irrigadas por una picaresca grave de raigambre cervantina, que hizo la fortuna de sus más logrados títulos. Y si a su querencia por los melodramas turbios o espesos entreverados de intrigas psicológicas añadimos el decisivo factor biográfico de una temprana adscripción falangista, sus afinidades con Ridruejo o Hedilla o su progresivo desencanto con un franquismo que congelaría sin contemplaciones “la revolución pendiente” (o el nuevo amanecer de la patria; tanto da…) tendremos perfilada la apasionante “trama”, que diría el Athos Magnani de Bertolucci, del cinema de Nieves Conde.
Cinema que camina sobre dos piernas. Por una parte, asfixiantes y obsesivos melodramas con personajes descentrados y de conciencia nocturna, trasunto culpabilizado de la base social franquista (verbigracia sus ejemplares Angustia, Rebeldía, Los peces rojos, El diablo también llora, Todos somos necesarios…); por otra, esquinadas comedias dramáticas un tanto asainetadas, que levantan indignada acta notarial sobre algunos y agudos males de “la patria” (El inquilino, Don Lucio y el Hermano Pío, esa violenta tortilla genérica que es Surcos… ). Si a obra tan incómoda añadimos que la tal Surcos sea probablemente la más violenta requisitoria contra el franquismo que este desgraciado e interminable período haya conocido, nada menos de extrañar que la obra de Nieves Conde sea irregular, pródiga en paradas y en trabajos alimenticios que no le pertenecen, lo que explicaría su cierre desalentadamente vengativo (Las señoritas de mala compañía) o defensivamente melancólico (Casa manchada, Volvoreta).
Disidente, moralista, cervantino, ocasional e inesperadamente concomitante con Buñuel, formalista cultivador de un combativo “cine social”, nada menos raro que Nieves Conde recibiera en el 2002 una de las medallas de la Asociación Española de Historiadores del Cine por sus aportaciones al cine español.
Julio Pérez Perucha
Enero, 2004.